
Presiones, boicot, amenazas, torturas e incluso la muerte: eso es lo que le espera a los periodistas críticos en Rusia.
Magomed Yevloyev murió en Ingusetia el 31 de agosto tras recibir un disparo en la cabeza mientras se encontraba bajo custodia policial. Telman Alishayev, reportero de la televisión Islamic TV en Dagestán, falleció un día después no muy lejos de allí, después de ser tiroteado cuando estaba en su coche. Ese mismo día, Milosav Bitokov, editor de un semanario en una región del sur de Rusia, fue apaleado cerca de su casa e ingresó en un hospital con varias fracturas y herido de gravedad. También a finales de agosto, Zurab Tsechoyev, editor del sitio web de derechos humanos Mashr, fue secuestrado y torturado durante horas por las fuerzas de seguridad rusas.
Todos ellos eran periodistas y todos han sufrido esta violencia ante la indiferencia y el silencio de la Unión Europea y los gobiernos occidentales. Todos han pagado, algunos con su vida, su crítica al gobierno ruso y al nulo respeto que por las libertades y los derechos humanos muestran Vladimir Putin y su sucesor Dmitri Medvédev.
Estrategia represiva
Ante la presión más o menos directa ejercida por el sistema creado por Putin hay dos opciones: el silencio, acompañado o no del exilio, o amenazas, torturas, persecuciones, boicots y, si el periodista se empeña en seguir siendo molesto, la muerte.
Rusia está en el puesto 144 en el índice de libertad de prensa de Reporteros Sin Fronteras, por detrás de países como Sudán y Afganistán y seguida de Túnez y Egipto. Es, además, el noveno país en el índice de impunidad para asesinar periodistas elaborado por el CPJ. No parece ser suficiente para prestarlo atención".
(adaptació)
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