Eso era lo malo. Yo me comportaba como quien vive en un sueño. Estaba activo, me ocupaba en lo que procedía, respondía de una manera razonable, pero a pesar de todo parecía encontrarme en un estado de conciencia rebajada (…) Era com si me propulsara algo que desconocía hacia algo que no acertaba a ver. Parte del impulso tenía que ser amor, pues yo seguía encandilado por Milady y apenas tenía la cordura suficiente para comprender que mi situación era todo lo desesperanzada que de hecho podía ser, que mi pasión era rematadamente absurda.
El mundo de los prodigios. Robertson Davies.
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